Por Agustina Bordigoni
Sandra Gómez (57) migró desde La Matanza, Buenos Aires, a San Luis en 2015. Fue seis meses después de enviudar. Decidió concretar el sueño que tenían con su esposo, Gustavo: envejecer en un lugar tranquilo. Con él habían comprado un terreno en la localidad de Luján, en el año 2012.
“Toda nuestra vida anterior transcurrió en Villa Luzuriaga, La Matanza. No teníamos ni conocidos ni familiares aquí”, explica Sandra. “En la búsqueda de nuestro lugar de retiro, apareció una oferta muy accesible, con unas fotos increíbles de Luján. En enero conocimos la provincia de San Luis y en marzo volvimos para cerrar trato por un terreno”.
La decisión implicaba un cambio en su estilo de vida. “Queríamos esperar a cobrar la jubilación de mi esposo, y por ahí arrancar algún emprendimiento pequeño para sumar. En Buenos Aires yo trabajé 25 años en el rubro comercial y mi marido era chofer de transporte público. Él proyectaba dedicarse a la herrería una vez jubilado y radicado en Luján”. Pero los planes no pudieron concretarse, y ella llegó unos años más tarde con su pensión y a una casa que habían logrado construir. “Lo primero que me sorprendió y deslumbró fue despertar con vista a los cerros, las vacas del vecino pastando en mi lote, la tranquilidad de no tener rejas en mi casa. Las bandadas de pájaros de todas las especies, colores y tamaños”. No le costó acostumbrarse a la tranquilidad, y cada vez que va a visitar a su familia “entro en pánico”, agrega.


Sabía que en Luján la esperaría la naturaleza, pero no imaginaba que volvería a encontrar el amor: “al año de instalarme comencé una relación con Juan Carlos, 21 años mayor que yo”. Juan era el dueño del terreno que ella había comprado en 2012, pero el trato había sido online, y de los papeles se encargaban sus hijos.
“Lo que son las vueltas de la vida. Él también migró desde Buenos Aires, pero en 2001. Ahora somos un par de viudos que se encontraron para compartir el resto de sus vidas”.
Una historia de amor y migración
“Juan había pasado en bicicleta por aquí, vio que yo ya estaba instalada acá, pasó sin prestar demasiada atención. Una vez yo fui al hotel del pueblo a hablar con su hijo, con quien tenía trato por el terreno. Estábamos hablando por el tema de la escrituración y todo eso, y él se asomó. Después le dijo a su nuera: ‘Uh, decile a tu amiga que me disculpe por no acercarme a saludarla’. Y la nuera le contestó que yo no era su amiga, era la señora que había enviudado y que estaba viviendo en uno de los lotes que habían vendido”, comenta Sandra con entusiasmo. “Ahí se ve que paró la antenita y empezó a pasar más seguido… Y bueno, yo no la había conocido anteriormente, yo todo el trato lo tenía con su hijo. Comenzamos a charlar y a coincidir en muchas cosas: nos gusta la vida al aire libre, nos gusta viajar, recorrer lugares. Soy una privilegiada de haberlo conocido, es una persona hermosa”.

Sandra y Juan Carlos conviven desde hace un tiempo. “Vivimos de pensión, jubilación, e ingresos de su hotel. No es abundancia, pero en el interior no se invierte en consumismo para disfrutar. ¡Con armar el equipo de mate y salir a la ruta ya te armaste un planazo!”.