Por Agustina Bordigoni
Una de las primeras cosas que llamó la atención de la familia compuesta por Julio Bertolini (39), Mariana Escobar (37) y Antonella Bertolini (17) cuando llegó a Villa Larca, San Luis, desde La Matanza, Buenos Aires, fue que los niños jugaban en las plazas y en las veredas “como era antes”.
Pero su migración no fue un viaje al pasado: encontraron en la provincia un lugar donde establecerse y pensar en el futuro. En 2022 dejaron una vida con empleos estables para empezar una nueva y casi «desde cero».
“Yo trabajaba en la Policía Federal y cada día era más riesgoso salir a la calle. Como nosotros, la gran mayoría se va de las grandes ciudades por la inseguridad”, cuenta Julio, que ahora se dedica a alquilar las cabañas que lograron construir de a poco con los ahorros que reunieron antes de migrar. “Primero pensamos en mudarnos a Córdoba, pero la idea de que era una mini Buenos Aires en su ritmo de vida cotidiano nos hizo apostar por San Luis”, agrega.
Según los últimos datos del Ministerio del Interior (2023), la mayor cantidad de inmigrantes internos que viven en San Luis provienen de Buenos Aires (33,5%), seguidos por Mendoza y Córdoba. Entre las tres provincias representan el 71,1% del total.
Migrar dentro de las fronteras nacionales también es migrar. Y conlleva, como una migración que cruza fronteras internacionales, un dejar atrás, un duelo, y la adaptación a otros hábitos, paisajes, lenguaje y formas de vida. “Nos llamaba la atención el saludo, el respeto y las costumbres de pueblo, las plazas limpias y los chicos como antes jugando afuera”, explica Julio.
“Otra cuestión es que en Buenos Aires a las 5 de la mañana ya están las panaderías y algunos negocios abiertos, y acá a partir de las 8 arrancan tranqui. Y la siesta se respeta”.


Pero cambiar el “chip” no solamente significó acostumbrarse al horario de los comercios. “Lo que más nos costó es dejar libre a Anto, nuestra hija, que entonces tenía 14 años. Quizás porque pensábamos en modo Buenos Aires”.
Por lo demás, asegura, “nos acostumbramos rápido al silencio y a la siesta”. También a las comidas locales, como “la carne a la masa y el asado hecho a leña y no con carbón”. Se amigaron con “el típico acento puntano” y “esas palabras justas: ‘caiate’, ‘el viejo’ y ‘gorriao’”, bromea Julio.
Como en toda migración, también, el proceso implicó un ida y vuelta con la sociedad de recepción. “En principio el trato era como de inmigrantes que vienen a copar un pueblo, hasta el primer año tuvimos que pagar ‘derecho de piso’. Después de que nos conocieron nos llevamos genial con la mayoría”.
En esa adaptación también hubo lugar para la nostalgia: “somos socios de River Plate y no había día que no fuéramos a la cancha. Pero tampoco es que nos morimos por estar allá”.
Si es cuestión de hacer un balance, concluye, “elegimos San Luis por su educación, su respeto, su naturaleza y la paz y tranquilidad de sus pueblos. Elegimos criar a nuestra hija en un lugar como lo fue nuestro Barrio (Virrey del Pino) hace 30 años”.
“Lo elegimos y agradecemos cada día nuestro paisaje, nuestro clima, nuestra energía. Es nuestro lugar en el mundo”.