Por Agustina Bordigoni
“Huye uno de los refugiados del contenedor. ¿Armado y peligroso? ¿Conexiones con Al Qaeda?”
El título del diario que lee Marcel Marx, un lustrabotas que vive en una ciudad portuaria de Francia, no es muy diferente al relato que –aunque probablemente no en términos tan categóricos– leemos en los medios de comunicación hoy: “oleada”, “ilegal”, “crisis”, “caos”, “avalancha”,“invasión”, “llegada masiva”, “desesperación”. O cuando, en algún titular, la nacionalidad del implicado no aporta a la noticia, pero es señalada en casos en los que se comete algún delito. ¿Cuántas veces, en cambio, encontramos alguna referencia a la nacionalidad cuando, entre locales, alguien se destaca por algo bueno?
En el barrio humilde de Marcel nadie, salvo un vecino, compra ese titular. Marcel, tal vez porque su esposa, Arletty, es migrante –o simplemente por su calidad de buen individuo– decide ayudar a este refugiado que escapó del contenedor y que no es más que un niño desarmado, inofensivo y sin conexiones terroristas. Un niño que busca a su mamá.
La película Le Havre (2011) aporta una cuota de ternura y humor necesaria –y posible– dentro de una historia cruel. El niño viajaba con su abuelo y otros migrantes. Es descubierto dentro de un contenedor que, desde hace tres semanas, se encontraba en el puerto equivocado. Un viaje que, aunque común, nadie debería atravesar; pero que no es ni más ni menos que el resultado de titulares de diarios y políticas que compran y venden la idea de la migración como amenaza.
¿Cabe preguntarse, alguna vez, por qué pensamos como pensamos y qué diferencia hay entre quien nació en una frontera y otra, lo que es, en realidad, un hecho completamente fortuito?
En el barrio de Marcel las voluntades de los vecinos ofrecen resistencia. Una resistencia que incluso algunos de ellos no tenían idea de que llevaban consigo. El relato deja entrever que, cuando los tiempos son difíciles, lo colectivo se vuelve la salida natural.
Marcel no está solo. Las circunstancias lo obligan a crecer a la par de un niño que busca a su mamá, aunque de maneras diferentes.
Es en ese mismo barrio, en el que Arletty cree que no podría acontecer, que se produce el milagro. El trato cercano y cotidiano convierte al niño refugiado en lo que realmente es: una persona.