Por Agustina Bordigoni
En sus redes lo encuentran como “el belga Kristof”, aunque tranquilamente podría llamarse el argentino que nació en Bélgica. Porque, tal como dice el título de su cuarto libro, “el argentino nace donde quiere”.
La prueba más concreta es tal vez el enojo que dice sentir cada vez que “alguien de afuera” critica a los argentinos y –especialmente– a los porteños. Se siente agredido. En algún momento de los más de diez años consecutivos que lleva eligiendo Buenos Aires para vivir comenzó a sentirlo así. Y eso no tiene discusión: Kristof Milchot no toma mate, nació en Brujas en 1979 y, según él, todavía habla un español pausado. Pero con la ye.
Llegó al país por primera vez en plena crisis de 2001. Estuvo 14 meses, diez meses más de lo planeado para el intercambio de estudios que iba a hacer. Regresó por una mujer con la que se casó, pero de la que terminó divorciado. Esa historia también inspiró un libro, con un título bastante literal: La boda belga-argentina que salió mal. Después de unos pocos años de vivir de nuevo en Europa volvió a elegir Buenos Aires. Para volver a formar pareja con una argentina y para tener a sus hijas argentinas. Y, desde hace unos años, para hacer stand-up y un espectáculo con su ahora segunda exesposa.

–¿Recordás tus primeros días en Argentina? ¿Te inspirás en esos momentos para hacer tus espectáculos hoy?
Una de las primeras cosas que me llamó la atención es que acá hay muchos colectivos; allá no hay tantos, casi todo el mundo tiene auto. Yo no sabía cómo parar un colectivo, porque allá tenés una parada por colectivo. Si vos estás en la parada, el colectivo va a parar. Me acuerdo de la primera vez que fui a la facultad, estaba por Avenida Santa Fe, cerca de Plaza Italia, esperando no sé si el 67 o el 93, y era una parada que solo tenía un número. Pensé: “cuando pase el colectivo me va a ver y va a parar”. Pero pasaron dos, tres, y yo ya me estaba poniendo nervioso. Soy súper puntual y ya me estaba dando cuenta de que iba a llegar tarde. De repente vino una chica e hizo el saludo con el brazo, y el colectivo paró. Ahí dije “no, qué boludo que soy”.
Después me acuerdo que hacía clases de boxeo en la facultad de Derecho, más que nada para conocer gente, porque el boxeo no me interesa. Y un día después de la clase fuimos a comer a una parrilla detrás de la facultad, donde iban muchos tacheros. Me acuerdo de que uno de los chicos me dijo: “yo fui a Bélgica, hice un viaje a Bélgica, ¿querés ver las fotos?” ¿Para qué voy a querer ver fotos de Bélgica si yo también estuve allá? Entendí la buena intención, pero nos reímos mucho.
También siempre hay gente que te dice “decime algo en belga”. Pero el idioma belga no existe: tenemos holandés, francés y alemán. Al principio explicaba lo de los tres idiomas. Pero después ya empecé a decir “bueno, voy a decir algo en belga”. Entonces decía algo en mi idioma, en holandés. Siempre respondían: “Ay, no entendí nada”. Y era obvio que no iban a entender nada… Esas son situaciones que se repetían.
–¿A qué te costó acostumbrarte y a qué no? ¿O qué te cuesta todavía?
De esa primera época me acuerdo de que yo casi nunca iba a boliches porque arrancaban muy tarde, a las tres de la mañana. Además, como me puse en pareja bastante rápido, un par de veces intentamos ir y a la una de la mañana ya estaba, no aguantábamos más.
Lo que sí me costó es esto de no querer organizar cosas con demasiada anticipación. Porque en Bélgica las reuniones de amigos, más a mi edad, se organizan con semanas de anticipación. Cuando éramos estudiantes no tanto, pero capaz que decíamos “el jueves a la noche nos vemos” y listo. No había que reconfirmar ni nada, se decide a tal hora en tal lugar y listo. Y acá es más como “bueno, vemos qué pinta, ya veremos, ese día nos organizamos”. Una frase que me mató es “quedamos así y confirmamos”. Entonces, ¿quedamos o confirmamos? ¿Cómo es? Ahora me acostumbré tanto a eso que cuando voy a Bélgica ya me cuesta tener que pedir con anticipación para juntarnos y que lo pongan en agenda, porque si no ya van a tener la agenda llena cuando vaya.

–Tu humor se basa mucho en malentendidos, en las diferencias del idioma. ¿En algún momento la pasaste mal por no entender bien algo o porque no te entendieran bien? ¿Alguna situación que no fue tan divertida, digamos?
-Fue más en pareja. Durante mi primera relación acá creo que hubo bastantes malentendidos del idioma. No sé si esto es muy europeo, pero no era muy de dar cumplidos. En Bélgica no está tan bien visto. Si hacés un cumplido en Bélgica tiene que ser muy original. Si decís algo así como “tenés lindos ojos” o algo súper trillado acá te contestan “gracias” y allá te dicen: “¿qué te pensás?” No somos tan expresivos. Y me acuerdo de la primera relación: ella me decía “¿por qué no me decís cosas lindas? ¿No te gusto?” Pero para mí era obvio que sí, si nos veíamos todo el tiempo…Entonces le dije que me parecía muy sensual y que parecía un gato. Yo solamente conocía el significado de la palabra gato como animal, pensando en algo elegante. Ella primero se puso pálida. Y como esa tuvimos varias peleas por cosas. Ese es el recuerdo más vívido. Después se reía, por suerte.
–Estuviste un tiempo haciendo humor en Bélgica, ¿qué diferencia hay entre el humor en Bélgica y en Argentina?
Yo no veo como una diferencia de estilo de humor, más allá de que en Bélgica hay muchos comediantes a los que les gusta mucho el humor absurdo. Acá también hay algunos. Para mí es más un tema de qué les interesa, de qué hablan. También hay temas universales como el de la pareja. Pero para mí pasa más por un tema de interés o referencias culturales de algún famoso o costumbre, más por el contenido que por el estilo.
Hago muchos chistes con dichos argentinos, como «el que se quema con leche ve una vaca y llora», «tu vieja en tanga» y «me extraña araña». Son hermosos, pero sorprenden mucho.
–¿Te nutrís de los primeros años acá o todavía estás incorporando dichos nuevos, costumbres nuevas?
Todavía hay cosas que escucho por primera vez. Hace poco subí un video y me decían «lo atamos con alambre», que yo no lo había escuchado nunca en 17 años. Ahora lo uso bastante.
–¿Creés que podrías hacer lo que hacés hoy acá, pero en Bélgica?
Lo dudo, porque mi tema principal es ser belga en Argentina, allá no les interesa. Tendría que hablar de otras cosas. Yo cuando hice stand-up allá como que no le interesaba mucho al público lo que yo tenía para decir, y tampoco me interesaba hablar sobre lo que ellos querían escuchar, los temas de ellos. Cuando yo volví a Bélgica ya había vivido siete años en Argentina y era lo que yo tenía para contar: cómo es vivir en Argentina.
–¿Sentís que tu humor, de alguna manera, fue evolucionando junto con tu proceso migratorio?
Evolucionó en el sentido de que cuando yo arranqué con stand-up mi español no era el de ahora. Hablaba menos bien y más lento todavía que ahora, hacía chistes que capaz en este momento ya pecan de ingenuos. En ese sentido podría decir que hay algunos chistes que me dejaron de funcionar. En mis libros hablo realmente de cómo fue el proceso de integración, en el show son más chistes puntuales con el idioma, con algunas costumbres.
«Hay gente que te dice ‘decime algo en belga’. Pero el idioma belga no existe: tenemos holandés, francés y alemán. Al principio explicaba lo de los tres idiomas. Pero después ya empecé a decir ‘bueno, voy a decir algo en belga’”.
–Uno de tus libros se llama “El argentino nace donde quiere”. ¿Te sentís un poco argentino?
Me siento argentino, sí. Cuando critican a Argentina me enojo, cuando alguien viene de afuera y critica me molesta bastante. Y también me molesta cuando la gente del interior habla de los porteños, siento que me están atacando a mí también.
Me pasa bastante, más por las redes, cuando dicen “los porteños tal cosa…”. Pero mis hijas son porteñas, mi mejor amigo acá es porteño, la madre de mis hijas es porteña, ¿de qué me estás hablando?

–¿En algún momento te pasó de enojarte o tener una reacción y notar en ese instante que estabas reaccionando como un argentino? ¿Qué cambió en vos con la migración?
-Sí, hay una cosa que aprendí. A vivir el día a día. Es algo que tiene que ver con la crisis, con la situación económica siempre en Argentina, y lo digo en el buen sentido. Obliga un poco a no preocuparse tanto por el futuro y a estar en el presente y adaptarse a lo que viene. Hay como una flexibilidad acá. Probablemente también me fui de Bélgica por eso, porque todo parecía tan planificado, tan previsible, que no me atraía.
–Si tuvieras que definir a los argentinos en pocas palabras, ¿cómo lo harías?
Flexibles, abiertos, interesados en el otro. Yo noto que en general el argentino, cuando te pregunta cómo estás, realmente quiere saber y está abierto a escucharte. Tienen mucha curiosidad por todas las cosas. Y bueno, sí, también mucha resiliencia. Son creativos y vivos también, ¿no? Creativos y vivos. Cancheros también. Creídos, eso dicen afuera de los argentinos. Pero tienen con qué, ¿no? Porque son súper creativos.

–Si algún día decidieras volver a Bélgica, ¿qué costumbres, qué cosas te llevarías de Argentina?
A mis hijas. Y voy a tener que llevar a mi ex también. No creo que me las deje llevar si no. Eso es la prioridad número uno. No sé qué va a pasar. Capaz cuando tengan 18 años me van a decir “quiero ir a estudiar allá”. Y bueno, voy a pensar que tengo mi merecido, me lo busqué. Obviamente voy a querer que estén cerca.
¿Qué llevaría? El vivir el día a día. A mí me encanta la carne de acá, las medialunas, las empanadas. Pero uno no vive en un país por la comida. No tomo mate, porque eso sería algo muy visible que uno lleve afuera. Pero no soy de tomar infusiones, no tomo ni café ni té. No es con el mate, no se ofendan.
«Cuando critican a Argentina me enojo, cuando alguien viene de afuera y critica me molesta bastante».
Llevaría la espontaneidad, también. De armar cosas a último momento, según lo que uno tenga ganas de hacer. Otra cosa que me gusta de acá es que si andás con la mochila abierta, los cordones desatados o te caés en la calle, alguien te va a ayudar. O te va a prestar la SUBE. No digo que no pasa nunca allá, pero yo creo que acá está como instalado como algo que se hace. Y allá es más una excepción.
Acá abrís un mapa y ya tenés a alguien preguntando qué necesitás. Allá abrís un mapa y si vos no pedís ayuda, no te van a ayudar, aunque si la pedís lo van a hacer con mucha amabilidad. Son más distantes. Para bien y para mal, capaz. Hay gente que me dice “no, prefiero allá porque no son tan metidos. No se te meten si vos no lo pedís”. Cada cosa tiene sus pros y sus contras. Y eso está bien.