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Cerebros en exilio: el costo invisible de migrar

Un relato de las huellas de la migración en primera persona.

Por Luis Guillermo Jiménez Vielma- Médico, investigador y migrante

Cuando dejé mi país, no solo cargaba una maleta. Cargaba también el peso del duelo, la incertidumbre y la necesidad de volver a empezar. Viví momentos difíciles, sí. Pero hoy, tras años de esfuerzo y una experiencia migratoria que ha resultado finalmente exitosa, puedo ver ambos lados de esta historia. He aprendido que migrar no solo transforma tu entorno: te transforma desde adentro, y deja huellas profundas en la mente y en el cuerpo.

Como médico y como persona, hoy puedo integrar esa vivencia a mi práctica y a mi mirada humana. La ciencia me dio herramientas para entenderlo. La vida, la oportunidad de vivirlo. Y ahora quiero compartirlo.

Migrar no es simplemente cambiar de lugar. Es reconfigurar identidades, proyectos, afectos. Y ese proceso —cuando no es voluntario o viene cargado de dolor— puede tener un impacto notable en el cerebro. Muchas veces, quienes migran enfrentan estrés crónico, ansiedad, insomnio, dificultad para concentrarse, alteraciones en la memoria o en el estado de ánimo. Todo eso tiene una base neurobiológica.

Hoy hablamos del llamado síndrome de Ulises, en referencia al héroe que vagó lejos de su tierra. En la vida real, ese síndrome representa una epidemia silenciosa que afecta a quienes migran forzadamente por razones económicas, políticas o de supervivencia. No hay épica: hay agotamiento, pérdida, miedo constante. Y a veces, también culpa por haber dejado atrás a quienes no pudieron salir.

La migración forzada no es un viaje… es una herida abierta. Muchas personas escapan de guerras, persecuciones, violencia o crisis humanitarias. Y al llegar a otros países, se enfrentan a nuevos desafíos: barreras culturales, discriminación, inestabilidad económica y soledad. Es un doble desarraigo.

La neurociencia ha demostrado que el estrés sostenido puede alterar estructuras clave como la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal. Es decir, afecta nuestras emociones, la memoria y el juicio. Pero también sabemos que el cerebro puede sanar, que la resiliencia existe y que, con apoyo adecuado, la integración es posible.

Muchas veces, quienes migran enfrentan estrés crónico, ansiedad, insomnio, dificultad para concentrarse, alteraciones en la memoria o en el estado de ánimo.

Desde mi experiencia, quiero invitar a la empatía, al conocimiento y a la acción. Escuchar, validar, acompañar. No se trata solo de sobrevivir al exilio: se trata de reconstruir dignidad y salud mental desde un lugar más humano y profundo.

Porque los cerebros que migran no solo huyen: también aprenden, enseñan, y aportan. Y merecen ser cuidados con la misma dignidad con la que un día cruzaron fronteras.

Aldeaglobal 19 octubre, 2025

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